Leer Parte 3
ÍndiceParte 31 – Y mi vagina
Deslizo lentamente la mano por mi pubis, hasta tocar con suavidad mi vulva completamente formada. Es una sensación extraña. Creo que es la primera vez que me atrevo a tocarme de esta forma. Siempre pensé que lo que definía a una mujer eran los senos… pero ahora, al tener también una vagina, me doy cuenta de que confundía feminidad con atracción sexual.
Paso los dedos por mis labios, sin presionar demasiado. Aún es muy pronto para explorar el placer, pero sí me permito sentir la textura, el contorno. Mi doctora me aseguró que todo está bien formado, saludable, funcional… incluso me advirtió que probablemente empezaré a menstruar, como cualquier otra mujer después del desarrollo de los senos. La idea me asusta.
La sensación es distinta a cuando me tocaba con pene. Es más intensa… más compleja. Se siente bien. Mejor, incluso.
Me impresiona pensar cómo mi condición pudo transformar aquello que conocía como mi pene en esta forma nueva, delicada, sensible. Ahora son labios que rodean lo más íntimo de mí. Al seguir explorando con cuidado, siento por dónde empieza la abertura vaginal… incluso noto una ligera humedad.
Me estoy empezando a mojar.
Eso me asusta.
Me detengo.
Respiro hondo y miro al espejo. Me obligo a contemplarme, una vez más. Este cuerpo ya no tiene rastros visibles de lo que fui. Esta vagina ya es parte de mí.
—Este es mi cuerpo —me digo, en voz alta.
Mi voz suena distinta. Más aguda. Suave. Femenina. En los últimos meses, lo había notado, pero trataba de ocultarlo, forzando un tono más grave. Poco a poco fui hablando menos, evitando conversaciones largas, fingiendo que algo estaba mal con mi micrófono. Pero ya no puedo negarlo.
Frente al espejo ya no hay un hombre.
No queda nada de él.
Lo que veo es un cuerpo nuevo… lleno de curvas, de detalles, de una piel que ahora encierra algo muy diferente.
Me doy un momento más. Me observo desde otros ángulos, cambio de postura, me estudio como quien redescubre su reflejo.
Y finalmente, me lo digo:
—Todo este cuerpo es mío.
—Soy una mujer.
Parte 32 – Yo… una mujer
Salgo del baño y camino hacia mi cuarto, procesando todo lo que tendré que hacer para empezar bien esta nueva etapa. Con cada paso, siento el movimiento libre de mis senos. Desde que comenzaron a crecer, siempre los había mantenido envueltos, presionados, intentando ignorar su presencia. Pero ahora que he decidido vivir con ellos, me doy cuenta de que lo primero será conseguir ropa adecuada… al menos un par de prendas para empezar.
Me acerco al armario. Empiezo a apartar toda esa ropa que ya no tiene sentido usar. Pero, pensándolo bien, para salir a comprar necesito vestirme con algo, así que reviso qué me queda todavía. La mayoría ya me queda demasiado floja o está cortada para otro cuerpo que ya no es mío. Encuentro un par de camisetas que todavía me ajustan bien y unos pantalones que usaba cuando apenas comenzaban a ensancharse mis caderas.
Me pruebo una combinación. Al mirarme, me recuerda a aquellas veces en que, cuando era hombre, me encantaba ver a las chicas vestidas así: camiseta suelta y pantalón entallado, ocultando curvas que claramente hay. Me parecían tan bellas… y ahora soy yo quien se ve así. Me recorre un escalofrío: el temor de que ahora me miren como yo solía mirar. Karma, supongo.
Especialmente con esta camiseta, que marca mis senos justo como solía notar en otras mujeres. No me gusta esa atención. O al menos, no estoy lista para ella.
Pero necesito algo que los sostenga. Busco el sostén deportivo que usaba bajo la camisa de compresión. Me lo pongo. Doy unos pequeños saltos para probar… todavía hay rebote, pero al menos es más contenido. Me queda algo ajustado, claro, porque lo usaba cuando mis senos eran más pequeños. Definitivamente, necesito nuevos sostenes. Para este cuerpo.
Por suerte hace frío, y puedo usar una chamarra gruesa. Eso me da un poco de seguridad. Quizás sí pueda salir así… mañana. Me sorprende un leve optimismo. Incluso emoción. Seguro es efecto de las hormonas, ahora que dejé de pelear con ellas. Quizás esto no sea tan terrible.
Miro mi reflejo, respiro hondo y saco el teléfono. Es hora de contarle a mi amiga.
—Hey… creo que es hora de aceptar todo esto… ¿me enseñas a vivir como mujer?—
Lo leo varias veces antes de enviarlo. Qué raro suena escribir algo así. Pero es real. Ya no hay vuelta atrás.
Enviar.
No pasan ni cinco minutos y llega su respuesta:
—Claro, no es nada del otro mundo. ¡Yo lo hago todos los días!—
Sonrío. Siempre tan ligera, tan natural. A lo mejor tiene razón… y yo acá sintiéndome como si me hubiera mudado a Marte. Pero para mí, así se siente.
—Creo que necesito comprar ropa… adecuada— susurro mientras me miro al espejo.
Hasta ahora, toda mi ropa servía para esconder. Ahora quiero vestirme para simplemente… existir. No sé si estoy lista para “mostrarme”, pero al menos ya no quiero ocultarme tanto. De a poco.
Y pensándolo bien, no tengo que cambiar. Mi forma de hablar, de moverme, mis intereses… nunca fueron marcadamente masculinos. Si me comparo con mis amigas, no siento que haya tanto que ajustar. Tal vez algunos gestos cambien con el tiempo, pero no es algo que piense forzar. Lo único que cambiará, al menos por ahora, es mi ropa.
No será un cambio radical… ¿entonces por qué le tenía tanto miedo?
Qué incrédula…
Parte 33 – Mi primer día
A pesar de la emoción y los nervios por haber tomado esta decisión, por fin dejaba atrás ese ritual diario de esconder lo evidente. Ha sido una semana pesada y, ahora que ya no estoy peleando contra mi reflejo, siento por primera vez cuánto me ha agotado todo esto. Como si mi cuerpo, al dejar de tensarse, por fin pudiera descansar.
Aún desnuda, dejo a un lado la ropa ajustada que solía usar para dormir. Elijo, por primera vez en mucho tiempo, algo flojo y cómodo: un pants y una camiseta. Me sorprende lo femenina que me siento así, sencilla. Antes me encantaba ver a mujeres vestidas así. Ahora soy una de ellas… y me gusta.
Decido dejar las cortinas abiertas. Quiero despertar con la luz del día, como una forma simbólica de decirme: ya no tengo nada que ocultar.
Dormir así, sin miedo a que mi cuerpo me recuerde lo que soy, es un alivio. Ya no me incomoda buscar una posición para dormir por miedo a sentir mis senos o mis curvas. Me recuesto de lado y los siento colgar por su propio peso. Uno sobre la cama, el otro cayendo hacia adelante. Antes habría girado el cuerpo, evitado la sensación. Ahora la observo con calma. Incluso me gusta cómo se sienten. Cómo se ven. Jamás pensé que llegaría a eso.
De todo lo que ha cambiado, son ellos los que más me hacen sentir diferente. No por su tamaño —aunque sí los considero grandes—, sino porque son imposibles de ignorar. Siempre están ahí. Se mueven conmigo, ocupan espacio, sé que llamarán la atención. Son una presencia constante.
Y eso me asusta. Sé que habrá gente que se fijará en ellos, como yo solía hacerlo. No quiero ser mirada así.
Pero en lugar de caer en la espiral de pensamientos, me detengo. Hoy no. Hoy sólo quiero dormir.
Despues de tanto tiempo, me relajo para dormir.
—
Despierto con el cuarto lleno de luz. Qué diferente es abrir los ojos así. Me acerco al espejo, ese que tanto tiempo mantuve cubierto. Lo destapo.
Y ahí está ella.
Me observa una mujer. Mi rostro, femenino, suave, desconocido… pero familiar. Sé que siempre estuvo dentro de mí. Mis curvas se notan, incluso sin ropa ajustada. La imagen es clara, completa. Me veo… bien. Hasta los senos, que antes odiaba mirar, ahora me parecen agradables.
Hace años me preguntaba cómo sería haber nacido mujer. Nunca imaginé que un día me respondería esa pregunta frente al espejo.
Pero esa calma se transforma en nervios cuando me doy cuenta de que tengo que bañarme. Ya no quiero evadir el tacto, ni evitar mi cuerpo. Quiero vivirlo. Sentirlo.
Me quito la camiseta con naturalidad. Ya no quiero que me moleste que se muevan mis senos al hacerlo. De hecho, hasta espero poder disfrutarlo. La luz cae sobre ellos y por primera vez los veo sin culpa, sin negación.
Me acerco a la regadera, me quito el pants. Siento cómo mi cuerpo se mueve con libertad. Me gusta.
Al abrir la llave, dejo que el agua me cubra por completo. Antes, bañarme era un trámite rápido. Casi sin tocarme. Evitando sentir. Hoy me tomo mi tiempo. Me enjabono con calma. Paso las manos por mis senos, por mis caderas, mis nalgas. Todo es nuevo. Todo se siente distinto. Real. Mío.
No llego a tocar mi vagina. Aún no. Ayer fue suficiente por ahora. Pero lo haré. Cuando esté lista.
Al final, aplico shampoo y pienso en mi cabello, está corto… creo que lo dejaré crecer. Todo a su tiempo.
Al cerrar la llave, me quedo quieta un momento. Pienso: ¿qué sigue?, ¿qué no he considerado?, ¿qué pasos vienen ahora?
No tengo respuestas. Pero tengo una certeza: ya no me esconderé más.
Salgo de la regadera. Y con eso, empieza mi primer día.
Parte 34 – Primeros pasos
Mientras me seco, no puedo evitar fijarme en mis piernas. Aunque ya casi no tengo vello, aún se nota uno que otro. Si voy a empezar esta nueva etapa con el pie derecho, creo que rasurármelas será un buen primer paso. También las axilas. Son detalles pequeños, sí, pero creo que me ayudarán a enfocarme en lo que quiero ser ahora.
Recuerdo cuando aún me salía barba. Solía dejarla crecer lo más posible, como si pudiera ocultar detrás de esos vellos la feminidad que empezaba a brotar en mi rostro. Pero cuando ya no era creíble… simplemente me la quité. Desde entonces, ya casi no crece. Creo que también tendré que comprar un buen rastrillo para piernas. Mejor que la primera rasurada salga bien.
Regreso a mi cuarto y empiezo a prepararme para cuando llegue mi amiga. Al revisar el armario me doy cuenta de que necesitaré tiempo para definir un estilo propio. No quiero nada revelador, pero sí algo femenino… y poco a poco ir armando un guardarropa que sea mío.
Tomo lo que tengo por ahora: calzones de algodón simples, un pantalón deportivo algo flojo, mi viejo sostén deportivo —que ya me aprieta—, una camiseta y un suéter para tratar de disimular mis curvas. Me veo en el espejo. Hay algo distinto. No me veo tan mal… incluso noto un poco de seguridad en mi reflejo. Doy una vuelta. A pesar del conjunto sencillo, me veo como una mujer. Como esas chicas que antes veía en la calle con ropa suelta pero que igual se les notaba el cuerpo. Me gustaba imaginarlo. Ahora soy yo la que podría despertar esas miradas. Me da un poco de miedo… pero también curiosidad.
Juego un poco con poses, me veo en distintos ángulos. Incluso me despeino un poco para suavizar el look.
Entonces suena la puerta. Más temprano de lo que esperaba.
—Hey, soy yo. ¡Te traje algo!
Mi corazón late rápido. Es la primera vez que me verá con luz de día y con ropa más adecuada a mi cuerpo. Por un momento dudo abrir, pero… esto es lo que elegí. Doy un paso y abro la puerta.
Lo primero que veo es su sonrisa, y luego las bolsas que trae en las manos.
—Hola… ¡mira nada más! —dice con calidez, mirándome de arriba abajo—. Se nota que estás diferente… hasta te ves más tranquila. Toda una mujer.
Me sonríe con ternura. —Traje ropa, pensé que podrías necesitarla.
Sus palabras me calman un poco. La saludo con un abrazo y la dejo pasar.
—¿No se me ve bien lo que traigo? —bromeo, sabiendo la respuesta.
—Te ves bien pero te puedes ver mejor… esa ropa te queda un poco grande.
—¿Me veo como alguien que antes era hombre y pasó por un proceso raro que la dejó así?
—¡Ay, claro que no! Antes ya hacías un buen trabajo ocultándolo, pero ahora… ahora hay algo distinto. No sé qué es. Como que cambiaste por dentro.
Le sonrío, aún insegura.
—Es que… no sé cómo me veo. Una parte de mí cree que me veo bien, pasable… pero otra me dice que parezco una criatura rara armada de pedazos distintos.
—¡Te lo juro! Te ves bien. Cambió tu postura, tu ánimo… ¡hasta tu sonrisa!
Le empiezo a creer. Y me gusta cómo suena eso.
Se acerca a las bolsas y empieza a sacar prendas: jeans, suéteres, camisetas, un sostén deportivo.
—Como tu amiga de confianza, pensé que podía traerte algo para probar. Creo que somos de medidas parecidas. Ah, y no te traje un sostén normal todavía, porque sé que quieres llevarlo paso a paso… ¿o te hubiera gustado?
Una imagen cruza por mi cabeza: ella midiéndome con una cinta, sus manos sobre mi cintura… Me sonrojo.
—Gracias por el detalle. En serio. Me ayudas mucho. Y sí, paso a paso. El sostén con encaje lo dejamos para después. Quizás vayamos a la tienda juntas.
—¡Súper! ¡Y ahí eliges uno bonito!
Le sonrío nerviosa y me llevo la ropa al cuarto. Empiezo por un pantalón de mezclilla. El primero que pruebo se siente apretado. Demasiado. Por suerte, me trajo otro. Ése sí. Desde que sube por mis piernas se nota la diferencia: ni flojo ni justo. Se adapta a mis nuevas curvas, sobre todo arriba de las caderas. Me miro al espejo. No marca de más… justo lo que quiero. Me siento cómoda. Es un buen comienzo.
Me quito el suéter, la camiseta, el sostén viejo que me apretaba, y por un momento me miro sólo con el pantalón. La imagen me sorprende. Semi desnuda, con un pantalón que me gusta. Me coloco el sostén nuevo y apenas lo abrocho noto la diferencia. Mucho más cómodo. Hago pequeñas pruebas de movimiento: apenas rebote, mucho más natural.
Me coloco una camiseta blanca y un suéter gris con gorro. El estilo y la talla son perfectos. Me miro al espejo otra vez. Me reconozco… y me gusto.
En una esquina del espejo aún cuelga una foto mía, de antes. El contraste es fuerte. Ya no soy la misma.
Estoy lista.
Salgo del cuarto y mi amiga se emociona al verme.
—¡Wow! Te ves increíble.
—No pensé que le atinarías tan bien, pero trajiste justo lo que necesitaba —le digo.
—¿Lista?
—Sí… nerviosa, pero lista.
Parte 35 – A la calle
No creí que me sentiría tan nerviosa… y sin embargo, aquí estoy. No llevo ropa reveladora, tengo a mi amiga a mi lado, y aun así… siento que cada prenda que traigo puesta grita quién soy ahora. O mejor dicho, quién siempre fui y apenas me estoy atreviendo a mostrar.
Es mi primer día saliendo así, sin capas, sin camisas grandes, sin compresión, sin negación. Camino por las mismas calles por las que anduve siendo alguien distinto —alguien a quien sostenía con esfuerzo— y me impresiona lo diferente que todo se siente ahora. Es como si hubiera entrado en otra dimensión… una en la que ya no me escondo.
Desde que me empezaron a crecer los senos, siempre hice lo posible por ignorarlos. Los comprimía, los tapaba, los bloqueaba de mi mente. Ahora, por primera vez en mucho tiempo, no están atrapados bajo vendas ni doble ropa. Por primera vez… se mueven con libertad.
Y eso me pone nerviosa.
Siento cada paso. Cada rebote. Cada mirada —aunque sé que muchas están sólo en mi cabeza. Es la sensación de que ahora todo el mundo puede notar algo que antes era mío en secreto. Me pone en alerta, como si mi cuerpo fuera nuevo y yo no supiera habitarlo todavía.
—Estás bien —me dice mi amiga con voz calmada, notando cómo me aceleraba—. No pasa nada, de verdad. Sé que se siente raro ahora, me pasaba lo mismo en la secundaria… pero cuando te acostumbres ni los vas a notar.—
Me gustaría creerle. La observo mientras caminamos. Sus movimientos son naturales, libres. Sus senos rebotan más que los míos, pero no parece darle importancia. Se ve segura. Tranquila. Como si su cuerpo no fuera un enemigo ni un disfraz.
—Cuando has vivido gran parte de tu vida con ellos… ni lo piensas —agrega.
Y tiene razón.
Lo que más me inquieta no es sólo el movimiento, sino lo que implica: ya no son pequeños. Ya se notan. Son parte de mí. ¿Y ahora qué? ¿La gente me verá y pensará solo en eso? ¿Les causará morbo? ¿Me sexualizarán como yo, alguna vez, hice en silencio con otras mujeres?
Me asusta esa idea. Saber que estos senos, que apenas empiezo a aceptar como míos, pueden volverse lo que me define ante los demás. No quiero que me reduzcan a eso. No quiero convertirme en un objeto de deseo ajeno.
Pero lo cierto es que ahora son parte de mí. Y sí, también son valiosos. Tendré que aprender a protegerlos, a convivir con ellos… a quererlos. Por ahora, prefiero evitar escotes o ropa ajustada. No porque me avergüence, sino porque necesito tiempo. Tiempo para sentirme cómoda, segura… femenina a mi manera.
Mientras pienso todo esto, vuelvo a mirar mi reflejo al pasar por las ventanas de un café. Puedo notar el leve rebote de mis senos con cada paso, la manera en que caen suavemente bajo el suéter. Miro los de mi amiga. Los suyos se mueven con más soltura, con un sostén más ligero.
Yo quiero eso. Esa libertad. Esa naturalidad. Sentirme cómoda… como ella.
Respiro hondo. Sigo caminando. Tal vez no fue el inicio perfecto. Tal vez el miedo no desaparezca tan rápido. Pero estoy aquí.
Caminando. Afuera. Siendo.
Y eso ya es un paso enorme.
Epílogo
Ya ha pasado un año desde aquella noche en que decidí aceptar mi cuerpo.
Después de eso, tomó varios meses para que el desarrollo de mis senos se estabilizara. Según mis doctores, estas serán mis medidas regulares, a menos que cambie mi peso o me llegue el periodo, cosa que aún no ha pasado… pero esa es otra historia.
Despierto como cualquier otro día. Me meto a bañar sin prestar demasiada atención a mi cuerpo. Simplemente lo lavo, como cualquier otra persona lo haría. Al terminar, regreso a mi cuarto para vestirme. Empiezo con unos calzones tipo hipster con un toque de encaje negro. Ya se me hizo normal la sensación de agacharme para ponérmelos, aunque al principio era extraño sentir cómo me colgaban los senos. A veces tenía que moverlos con la mano para poder ver bien al vestirme o rasurarme, lo cual me parecía gracioso… pero me fui acostumbrando.
Para encontrar mi estilo preferido de ropa interior tuve que probar varios tipos. Descubrí que, a diferencia de los hombres que pueden usar un solo tipo con cualquier prenda, las mujeres necesitamos considerar nuestras caderas, nalgas y la prenda que va encima.
Pasé por varias tallas de sostén conforme mis senos crecían. Al principio no entendía la relación entre el número y la letra, pero después de varios intentos y visitas a tiendas, finalmente entendí cómo funcionan las tallas. Recuerdo cuando fui a una tienda de lencería para que me midieran correctamente. Me daba pena que otra mujer me viera con el torso descubierto. Lo curioso es que ellas jamás imaginarían que mis senos eran relativamente nuevos… como todo mi cuerpo.
Mi talla resultó ser una copa F (o DDD, según dónde lo vea). Nunca entendí por qué hay distintas formas de nombrar lo mismo, pero vaya que hace una diferencia usar un sostén de la talla correcta. A diario, aún me toma un momento aceptar la idea de que esta prenda se volvió indispensable, sobre todo porque mi relación con mis senos es compleja. Me gustan cómo se ven y cómo se sienten, me encanta cómo complementan mi figura, pero también los recuerdo como lo primero que rechacé cuando iniciaron los cambios.
Hay días en los que despertar y pensar que tengo que ponerme un sostén me fastidia. Sentir la tela contra la piel, la presión de las copas, los tirantes sobre los hombros… todo eso me recuerda que están ahí. A veces los siento más pesados, más sensibles, más presentes. Mi doctora dice que es normal y que está ligado a las hormonas, pero yo tengo mi propia hipótesis: es mi subconsciente peleando con la idea de lo que soy ahora. Por suerte, esos días son cada vez menos.
Y aún así, no hay nada como llegar a casa, quitarme la blusa, el sostén… y sentir ese alivio inmediato. Esa frescura. Esa libertad. No hay café en el mundo que se compare, bueno sí.
Cuando mis senos eran más pequeños, podía esconderlos con un suéter o corpiño. Pero cuando empezaron a rebotar visiblemente al caminar, tuve que aprender a usar sostenes con soporte de verdad. Y aunque a veces extraño tener el pecho plano, en su mayoría me gustan: su tamaño, su forma, cómo se ven… y cómo se sienten.
Cuando no tengo prisa, me gusta combinar el sostén con el calzón. Hoy escogí uno negro con encaje, junto con un sostén minimizador de copa completa. Me encanta cómo me veo en el espejo. Saber que existen estos sostenes minimizadores me ayudó mucho con mi ansiedad de que todo el mundo se fijara en mis senos. Me hacen sentir más cómoda.
No me maquillo mucho. Aún no le sé bien, pero me gusta cómo se ve con un toque leve. Corrector para las ojeras, un poco de labial. Estoy aprendiendo con el delineador, pero todavía no le atino. Me sigue pareciendo mágico cómo algunas lo hacen hasta en el carro. He aprendido también que es mejor maquillarse después de vestirse… porque manchar la ropa con maquillaje es un clásico.
Hoy me pondré un pantalón de mezclilla que me gusta mucho, cuidando que no se note el calzón —otro truco que aprendí— y una blusa blanca que abraza mis curvas sin marcarlas demasiado. Encima, un suéter gris oscuro suelto. Me gusta ese estilo relajado pero femenino. Como hace frío, agrego una chamarra ligera y una bufanda.
No me gustan los escotes ni mostrar abdomen. Aún no me animo a usar falda o vestido en la calle; prefiero seguir usando pantalones por ahora. Tengo un vestido y una falda que a veces me pongo en casa para acostumbrarme. Algún día saldré con ellos. Por ahora, quiero ir a mi ritmo.
Una vez Aracely me animó a usar vestido para salir, pero me sentí demasiado expuesta. Aunque sabía que me veía bien, no me sentía lista para esa atención. No lo descarto, pero aún no es momento.
He trabajado con mi terapeuta para controlar la ansiedad de sentir que todos me miran. No ayuda que Aracely me diga que soy bonita… pero, siendo honesta, me gusta que lo diga.
Mi cabello ya me llega a los hombros. Antes lo tenía corto, pero desde que me acepté decidí dejarlo crecer. A veces me lo acomodo en trenza o media cola, según el día. Hoy me lo dejaré suelto, siento que así se ve mejor con mi atuendo.
Me miro en el espejo, acomodo los tirantes del sostén, ajusto mis senos dentro de él y sonrío. Agarro mis llaves, mi celular y salgo.
Bajo por las escaleras. Antes me tensaba con cada rebote. Ahora ni lo pienso. Cuando lo noto, hasta me gusta. Los sostenes hacen maravillas.
Camino hacia el carro. Me pongo mis lentes de sol, más que nada para no sentirme tan expuesta. Antes me incomodaba pensar que me veían. Ahora ya no tanto… o al menos ya no me paraliza.
Durante este año sigo notando a las mujeres como antes. Me siguen atrayendo. Aracely me preguntó si eso me hacía lesbiana. No supe qué decir. Una vez fuimos a un bar y un hombre se me acercó en un bar. Pero no sentí atracción, sólo incomodidad. En cambio, cuando hablo con mujeres… sí siento esa chispa. Supongo que sí, soy lesbiana ahora por definición.
Al principio, me sentía como atrapada en un cuerpo ajeno. Caminaba por la calle y pensaba al ver alguna mujer mayor: «¿Así me veré yo dentro de unos años?». Me daba miedo imaginar mi futuro. Pero poco a poco, esa sensación se ha desvanecido.
Mi familia ya lo sabe. Al principio les costó creerlo y aceptarlo, especialmente a mi mamá y hermana. Pero con el tiempo, todo se volvió natural. Ahora siento que somos más cercanas. Incluso siento que conectamos mejor. Le conté a mis amigos más cercanos. La mayoría lo tomó bien. Uno se alejó… tal vez por incomodidad. Pero no me importa.
A pesar de los altibajos, he aprendido a adaptarme. No pensé que sería posible. Pero aquí estoy, aprendiendo a disfrutar mi vida femenina, con todo lo que implica.
Y aunque aún no me baja, estoy emocionada por ese día. Espero que no sea tan difícil.
Espero.
Fin.