Mi transición – Parte II

Leer Parte 1

Índice

Parte 11 – ¿Los medicamentos eran placebos?

Al regresar a mi escritorio, noté que había dejado el teléfono junto a la computadora. ¿Tan distraído estaba? También vi que tenía un mensaje del doctor:

«Pasa a la clínica cuando puedas. Tenemos los resultados de tus estudios.»

Qué rápido. Pensé que tardarían más en llegar. Aunque, pensándolo bien, qué bueno que no traía el celular cuando fui por el café; si hubiera visto el mensaje en ese momento, me habría puesto aún más nervioso.

Suspiré. Ya tenía una idea de lo que iba a escuchar. Y no me gustaba esa posibilidad.

Terminé el día laboral como pude y me dirigí a la clínica.


Entré aparentando calma. Saludé a la recepcionista. Me hicieron esperar solo unos minutos antes de pasar con el doctor.

Por dentro, una voz gritaba: ¡Ya dime lo que es más que obvio!, pero por fuera me limité a sentarme, respirando hondo.

Él tenía una expresión… extraña. Ni grave ni tranquila. Más bien confundida. Como si estuviera buscando la forma correcta de decirme algo que ni él terminaba de comprender.

Así que me adelanté.

—El medicamento no está funcionando, ¿verdad?

—No —respondió, bajando la mirada—. Tus resultados muestran que no hay ningún efecto. Tus niveles de estrógeno siguen igual de altos, y la testosterona se mantiene baja. Mandé hacer un estudio adicional para detectar si el medicamento estaba en tu sangre. Pero… no encontramos rastro alguno.

Hizo una pausa para mostrarme los resultados. Números fríos, duros, como si mi cuerpo hablara en otro idioma.

—Es como si tu organismo estuviera decidido a seguir este camino —continuó—. Está usando sus propios recursos para lograrlo, sin importar lo que intentemos intervenir.

Dejó los papeles a un lado y se reclinó en su silla, cansado. Como si esta noticia también lo agobiara.

—Sabemos que esto puede afectar tu estilo de vida en muchos sentidos. Pero en este momento, no hay mucho más que podamos hacer. Hay opciones con medicamentos más agresivos… pero podrían hacer más daño que bien.

Lo sabía. Lo presentía. Pero necesitaba escucharlo de su boca. Necesitaba esa confirmación.

—Lo que vemos —añadió— es que, a pesar de todo, tu cuerpo está funcionando de forma saludable. No hay indicios de un problema sistémico. Nada que ponga en riesgo tu vida. Solo… este cambio progresivo.

Bueno, al menos no me está matando. Eso ya es algo. Aunque una parte de mí no está segura de si eso es un consuelo o un castigo.

—Nuestra recomendación, por ahora, es seguir observando. Monitorizar tus niveles hormonales y ver qué dirección toma tu cuerpo.

Otra vez el mismo plan: esperar. Observar. Ver qué pasa. Quizás mañana se estabilicen, y me quede con un cuerpo ligeramente afeminado. O tal vez, dentro de un año, tenga uno completamente femenino.

—Podemos hacer estudios cada quincena o cada mes —sugirió—. Ver si, en algún punto, los niveles de estrógeno empiezan a bajar o la testosterona a subir. Y a partir de ahí, tomar decisiones.

Asentí. No me gustaba. Pero tenía sentido. No había mejor alternativa.

Ahora sí, ya no hay vuelta atrás. Solo queda ver qué pasará.

Es cuestión de tiempo.

Parte 12 – A esperar lo mejor

Pasaron un par de días sin notar cambios. Ya me estaba acostumbrando a la idea de que esto ocurría en ciclos: una o dos semanas tranquilas y luego, otra sorpresa.

Y esta mañana, al despertar, me presioné el pecho como ya era costumbre, solo para verificar si todo seguía igual. Pero no. Esta vez sí noté algo diferente. Me incorporé, me miré y pude verlo con claridad: una hinchazón ligera, pero simétrica. De ambos lados.

Ese descubrimiento me terminó de despertar de golpe.

Definitivamente… ya estaba creciendo algo.

Me los toqué con cuidado, esperando que fuera otra cosa: un músculo inflamado por el ejercicio, algo que comí, alguna alergia rara. Pero no. Lo que sentía no era firme ni fibroso. Era una textura distinta, suave, más parecida a grasa localizada, como si hubiera engordado solo en esa parte. Y aún seguía siendo sensible.

Era hora de pararme y enfrentar el espejo.

Me vi de frente. Aún eran pequeños, pero extrañamente ya colgaban levemente con la gravedad. Al ponerme una camisa no se notaban de inmediato, pero si alguien prestaba atención, se verían. Al mirar hacia abajo, podía ver claramente su forma cónica. No había duda: eran senos.

Tomé la cinta métrica como me enseñó la ginecóloga. Medí justo debajo del pecho: 36. Luego sobre los pezones: apenas medio número más… 36 y medio. Lo anoté, sin saber muy bien para qué.

—¿Eso cuenta como copa cero… o pre-A… o “me estoy volviendo loca”? —murmuré, medio riéndome, medio entrando en pánico.

A pesar de todo, me sorprendí sintiendo una ligera emoción. ¡Malditas hormonas! No sabía si era aceptación o resignación.

Ya no eran pectorales. Con las areolas más amplias y los pezones alargados, mi pecho era definitivamente femenino.

Decidí aprovechar el frío para hacer algunas pruebas con la ropa. Me probé camisas y pantalones, justos y sueltos, claros y oscuros. Quería saber cómo podía esconder lo que estaba pasando.

Con una camisa justa y blanca, era evidente: se marcaba, sobre todo los pezones, más aún si tenía frío. La tela se levantaba apenas de ambos lados, creando pequeñas sombras traicioneras justo debajo de la luz. Me recordaba a esas chicas de pecho pequeño que andan sin sostén.

Los pantalones claros y ajustados eran peores. Hacían notar cada curva nueva: mis caderas, mis muslos, y sobre todo mis nalgas. Ya no eran esas nalgas firmes que me parecían sensuales desde lo masculino. Ahora tenían otro volumen, otra redondez. Eran nalgas de mujer en desarrollo. Sensuales… pero en el sentido que no quería.

De pie frente al espejo, los colores claros y las telas delgadas dejaban ver con claridad cómo la grasa se estaba acomodando de una nueva manera, especialmente en la parte baja de mis caderas y en los muslos. Pude ver cómo incluso al fajarme, ya no era tan fácil esconder esas nuevas formas. Me estaban traicionando.

Definitivamente, no era momento de usar ropa ajustada ni clara. Me probé entonces el pantalón de mezclilla suelto que había comprado hace unos días, junto con una camisa holgada y un saco.

Mucho mejor. A simple vista, nadie lo notaría. Y dudo que alguien se ponga a buscar senos en un hombre.

Pero por si las dudas, creo que es hora de comprar camisas sueltas, mientras aún puedo.

Al terminar de arreglarme, me vi en el espejo. A pesar de que me notaba más delgado en los lugares donde no me gusta estarlo, mi piel lucía más suave, y mi grasa corporal se está desplazando claramente a la cadera y las nalgas. Sin embargo, con la ropa correcta, aún podía disfrazarlo todo. Aún podía vivir una vida normal.

Hora de ir a trabajar.


El ambiente laboral era un caos, lo cual me vino bien. Estamos metidos en un proyecto importante desde hace semanas, y eso ha ayudado a mantener ocupadas tanto mi mente como las de mis compañeros.

Dejé de preocuparme por si alguien notaba mis cambios. Yo los sentía, claro. Pero… ¿los demás? Nada. Mis compañeros me trataban igual. Nadie hacía comentarios. Nadie me miraba distinto.

Aunque sé que llegará un momento en que esto no se podrá ocultar más.

Tendré que hablar con mi jefe. Con mis amigos. Con alguien. O desaparecer, mudarme a una cueva y fingir que todo esto nunca pasó.

Pero por ahora, solo espero que los niveles de estrógeno se estabilicen y que el cambio se detenga. Aún puedo vivir con esto… con estas caderas, estos senos pequeños. Aún puedo disfrazarlo.

Mientras no siga avanzando… aún hay esperanza.

Parte 13 – Nueva rutina

Seguí usando sacos aprovechando el frío mientras pudiera. Una mañana, me despertó mi jefe con una llamada. Me preguntaba algo, pero en vez de poner atención a sus palabras, me enfoqué en el sonido de mi voz al contestar. Había algo diferente… más suave, menos grave. ¿Más femenina? Tal vez… pero no quería admitirlo.

—Claro que sí, yo puedo hacer eso más tarde —respondí, intentando confirmar si ese tono era real.

Definitivamente lo era. Quise terminar rápido la conversación.

—¿Pudiera esto llegar en otro momento? —me dije en voz baja, forzando mi voz a sonar más grave. Sonaba falso, pero tenía que intentar fingir.

Tendré que resolver eso después, pero ahora era momento de medir mis caderas, esperando que por fin se hubieran estabilizado.

Al comparar con mis registros anteriores, estaba claro que seguían creciendo. No era sorpresa. Si mi cuerpo ya estaba alterando mi voz, ¿cómo no iba a seguir moldeando mi forma?

Me metí a bañar.

El agua me relajaba, pero también me ponía frente a todo lo que intentaba evitar. Mi piel se sentía más suave, más delgada, más sensible. ¿Era el jabón? ¿O eran los estrógenos haciendo lo suyo?

Bajé la mirada. Mi pene era más pequeño que nunca. Orinar ya no era lo mismo. Me sentía torpe. Extraño. Había momentos en que ni siquiera podía sostenerlo bien… como si no fuera mío.

Mis manos pasaron por mis pequeños senos. Y por un segundo, casi sin querer, sentí algo placentero. Una chispa. Una conexión rara con ese nuevo cuerpo. Me detuve. No iba a dejar que pasara como la otra vez. Tenía que mantener el control.

Al secarme, noté que mis senos estaban ligeramente más grandes. Me había acostumbrado tanto a ocultarlos que había dejado de medirlos. Puedo evitar mostrar mis caderas, mis nalgas, incluso disimular mi voz. ¿Pero los senos? No hay manera de esconderlos para siempre.

Me vestí. Pero ahora sí… se notaban. Mis pezones marcaban la camisa, y la curva de ellos empezaba a proyectarse más de lo que podía tolerar. Me quité todo de golpe, corrí al botiquín y saqué unas viejas vendas de boxeo. Traté de comprimirlos. Pero el roce me irritó. La piel estaba sensible, las areolas me ardían. Puse un par de curitas sobre los pezones, luego las vendas. Mejor.

Me revisé de nuevo frente al espejo. Con la camisa puesta, ya no se notaba. Ni la curva, ni los pezones. Bien. Lo de arriba estaba resuelto por hoy.

Pero las caderas… eso era otro tema. Antes, mis hombros y caderas estaban parejos. Ahora, ya no. Las caderas sobresalían. Las nalgas también. No mucho, pero lo suficiente para saber que era cuestión de tiempo. La pregunta ya no era si alguien lo notaría. Era cuándo.

Decidí que tenía que comprar algo para disimular mejor. Mientras tanto, salí a enfrentar el día. Caminando al coche, me fijaba en mi reflejo en los vidrios. Me buscaba. ¿Se veían mis curvas? ¿Brincaban mis senos al caminar? —No siento mucho, sólo la presión de las vendas —me dije, dándome ánimos.

En la oficina, el caos del proyecto en curso me ayudaba a mantener la mente ocupada. Y también mantenía ocupados a los demás. Nadie parecía notar nada, pero igual empecé a evitar las charlas largas en lugares bien iluminados. Prefería la sombra.

Ya ni usaba los urinales. Me incomodaban. Era difícil sostener mi pene. Apenas medía uno o dos centímetros y parecía rodeado de pliegues de piel nuevos. Sabía que no era sólo piel. Era otra cosa formándose. Orinar parado hacía un desastre. No más.

Al salir del trabajo, fui a hacerme análisis de sangre. Sabía que los resultados seguirían dándome resultados que no queríá escuchar, pero aún así… era parte del protocolo, parte de saber que al menos estoy saludable.

Después pasé al centro comercial. Buscaba una camiseta de compresión. Las vendas ya me estaban lastimando y necesitaba algo más discreto. Al caminar entre la gente, me sentía vulnerable. Aunque sabía que nadie me veía raro, no podía evitar la paranoia. Mi ropa seguía ocultando bien lo que pasaba… pero por dentro, mi cuerpo ya no era el mismo. Iba perdiendo la guerra en silencio.

Caminando, me encontré con aquella mujer de hace semanas. O quizás era otra, no lo sé. Pero su figura me atrapó otra vez. Sus curvas. Su seguridad. Su presencia.

A pesar de todo, me alegró comprobar que mi atracción por las mujeres no había cambiado. Incluso ahora que tengo senos —aunque sean pequeños— mi deseo por ellas seguía ahí. Verla me provocó algo nuevo: no sabía si quería tocarla… o tener un cuerpo como el suyo.

Antes, quizás me habría acercado a hablarle. Hoy no. Hoy no me sentía listo. Ni seguro. Ni hombre… ni mujer. ¿Volveré a salir con una mujer a como lo hacía antes?

No era momento para pensar eso. Seguí con lo mío.

Los días siguientes pasaron sin novedades. Un ciclo “tranquilo”. Hasta una noche…

Soñé que caminaba por la calle y mi pecho empezaba a arder. Me quité la camisa, confundido, y sentí una presión repentina. Mis senos empezaban a crecer. Rápido. Dolorosamente. Pesaban tanto que tuve que inclinarlos hacia el piso. No paraban. La gente me miraba. Me desperté agitado.

Era sólo un sueño.

Miré mi pecho. Aún pequeños… pero firmes. Presentes. Reales.

¿Cuánto crecerán? ¿Cuánto tiempo más podré esconderlos? ¿Y cuando llegue el verano, qué haré? Sin sacos. Sin camisas sueltas. Sin sombra.

No hay mucho que hacer. Dormir. Mañana será otro día.

Por la mañana, me incliné frente al espejo, apoyando los brazos sobre el lavabo. La postura hizo que mis senos colgaran un poco. Así sí se notaban. No con ropa… pero sí en ese momento. Ya no era como antes.

Tomé el celular y me saqué una foto, como cada semana. Frente al espejo. Desnudo. Cara tapada.

Comparé con la anterior.

Y sí… mi cuerpo ahora parecía más de mujer que de hombre. Aunque sin curvas exageradas ni pechos grandes. Una mujer… plana. Pero mujer, al fin y al cabo.

Parte 14 – Cuestiones (no) esperadas

Conforme avanzaban los días, también lo hacían mis cambios. Mis senos seguían formándose con una forma cónica ya imposible de ignorar, aunque aún, con dificultad, podía ocultarlos. Mis caderas habían adoptado una curva femenina evidente, pero con camisas holgadas y colores oscuros —aprovechando que aún hacía frío— podía disfrazarlas. Mi pene… o lo que quedaba de él, ahora se escondía entre los labios de lo que claramente se estaba formando como una proto-vulva. Me aterraba la idea de explorarlo a fondo, pero a veces, durante el baño, aún podía notarlo. Apenas. Mi vello corporal también se estaba transformando: más fino, más escaso, más suave. El de los brazos y piernas apenas se notaba ya.

Me llegaron los resultados del último análisis de sangre: estrógeno alto, testosterona baja. Nada nuevo. Lo veo reflejado en el espejo todos los días.

Mi rostro se ha ido afinando. Mis facciones ya no son las mismas. En la oficina me han hecho algunas preguntas, creyendo que he bajado de peso. Y eso digo. Que es la dieta. La rutina. Pero sé que pronto tendré que enfrentar la verdad con ellos… o dejar de trabajar. No quiero enfrentar esa conversación todavía.

He pensado en buscar otro empleo, algo más tranquilo, en donde nadie se meta en tu vida: una biblioteca, una cafetería. No es que me molesten las preguntas, entiendo que las hacen por preocupación, pero yo mismo no tengo respuestas. Intento mantenerme enfocadao, neutral, casi como si estos cambios no me estuvieran pasando… y cada vez que alguien los menciona, me sacan de ese estado artificial de calma.

Mi único objetivo, al menos por ahora, es que esto se detenga. Si me quedo con caderas algo más anchas, lo acepto. Si con senos pequeños que pueda esconder bajo una camisa de compresión, también. Incluso puedo vivir con este cuerpo intermedio, con un pene apenas funcional, siempre y cuando nadie se dé cuenta. Siempre y cuando aún pueda pasar por hombre.

Pero todo indica que esto no se detendrá. Ni pronto. Los análisis lo confirman. Las hormonas siguen en aumento. Y yo… yo empiezo a resignarme.

Bañarme se ha vuelto un conflicto interno. Mi orgullo quiere evitar mirarme, pero la necesidad de sentirme limpio vence siempre. El baño me delata: es ahí donde noto cada detalle nuevo, cada centímetro que ya no es igual. Me recuerda cuando lavaba mi coche a mano… cada rasguño, cada cambio en la pintura, lo notaba. Así me siento ahora.

Al menos todavía puedo ocultarlo todo bajo capas de ropa. El frío me ayuda a esconder las curvas. Pero cuando cae la noche, y debo quitarme todo para dormir… ahí es donde no hay excusas.

Dormir con mi cuerpo casi desnudo es otra historia. Antes solo tenía que lidiar con mis caderas, pero ahora mis senos, que ya alcanzaron la copa A la última vez que los medí, me complican hasta eso. Incluso acostado boca arriba siento su pequeño peso cayendo hacia los lados. Como si la gravedad quisiera recordarme, incluso en la cama, que ya no soy el mismo.

Y lo peor de todo es no tener con quién hablarlo.

Contárselo a los doctores es una cosa. Ellos lo abordan desde lo clínico. Pero no es lo mismo que hablar con un amigo. Con alguien que pueda acompañarme emocionalmente en esto. El problema es que… tendría que ser una mujer. No podría contárselo a un amigo. No quiero que me vea distinto. O peor… que empiece a imaginar cosas.

Solo de pensarlo se me revuelve el estómago.

Parte 15 – Y decisiones inesperadas

Esa tarde, al salir del trabajo, todavía tenía energía de sobra. No me apetecía encerrarme otra vez en el departamento. Ya lo había hecho demasiado últimamente. Pensé en salir a correr. Hacía tiempo que no lo hacía y, por alguna razón, sonaba como una buena idea. Necesitaba moverme, sacudir esta ansiedad que se me acumula en el pecho… y en otras partes.

Intenté razonar conmigo mismo: si uso una sudadera y un pants suelto, no debería haber problema. No iba a correr desnudo, después de todo.

Al llegar a casa, me lo seguía pensando, pero cada minuto que pasaba me convencía más. Quería salir. Aprovechar esas ganas.

Entré a mi cuarto, me quité la ropa y luego las vendas del pecho, dejando puestos los curitas sobre los pezones —porque con el rebote, seguro me iban a molestar. Pensé en usar la camisa de compresión debajo de la sudadera, sólo para tener algo que sujete mis senos. Así, quizá me sentiría más cómodo. Menos vulnerable.

Me miré en el espejo. Las curvas ya se notaban, sí, pero nada escandaloso. Nada que llamara mucho la atención si uno no sabe lo que está buscando. Mi cara seguía pareciendo masculina. O eso quería creer.

Mejor que se vea bien mi rostro, por si alguien me ve pierda el interés antes de notar lo demás.

Respiré hondo. Abrí la puerta.

Salí del departamento y, aprovechando que aún había algo de luz, me dirigí al parque.

Por hoy, por esta tarde, quería olvidarme de todo. De las hormonas. De la ropa interior. De los números de talla y los niveles en sangre. Quería correr. Respirar. Sentir el aire. Y, aunque lo negara, este cuerpo —cada vez más parecido al de una mujer— también merecía moverse, liberar tensión… y existir fuera de cuatro paredes.

Parte 16- De nuevo al parque

Me pareció curioso volver a caminar por este parque. Fue aquí donde todo empezó. Recuerdo bien aquella caída: la molestia en la cadera, la cita médica que vino después… y luego la cadena de eventos que me trajo hasta ahora. Me pregunté qué habría pasado si no hubiera salido a hacer ejercicio ese día. ¿Cuánto tiempo más habría vivido ignorando lo que estaba ocurriendo en mi cuerpo?

Sacudí la cabeza y comencé a correr.

Traté de no pensar en cómo se movía mi cuerpo, pero era inevitable. Cada curva nueva, cada rebote, cada sensación extraña me recordaba que ya no me movía como antes. Antes, subir escalones o caminar rápido no implicaba tanto balanceo de cadera, ni esa leve inercia en el pecho. Ahora, todo estaba más pronunciado. Más notorio. Más femenino.

Y sin embargo… me sentía ligero. Ágil. Como si las piernas y glúteos que ahora cargaban más peso también tuvieran más fuerza. ¿Serían los estrógenos?, ¿la redistribución de grasa? Pensé, medio en broma: quizá ahora sí puedo correr un maratón.

Sentía mis pequeños senos moverse, incluso con la camisa de compresión. Cada paso hacía que se elevaran y cayeran en un ritmo tan claro que me daba curiosidad. ¿Sería visible para otros? Bajé la mirada de reojo. Esa pequeña extensión de piel sobre mi pecho subía y bajaba con cada zancada. Nervios. Asombro. No sabía cuál era cuál.

La parte superior de mi cuerpo se sentía más ligera, pero la inferior, más firme, más presente. Las caderas marcaban cada movimiento. El cambio estaba ahí, innegable. Quizá ya lo sabía, pero ahora lo estaba sintiendo.

Y, para ser sincero… me gustaba.

Me cruzó la fantasía de quitarme la camisa compresora, sentir el movimiento libre de mis senos, ponerme unos shorts ajustados, dejar que la cadera se expresara como quisiera. Caminar —correr— con el cuerpo que estaba naciendo. Curvo. Liso. Femenino.

Pero antes de que pudiera perderme del todo en esa idea, alguien me rebasó.

Nuestras miradas se cruzaron por un segundo. Él desvió la vista y siguió corriendo.

¿Desde cuándo venía detrás de mí? ¿Me estaba observando? ¿Vio mi trasero? ¿Pensó que era otra persona? ¿Una mujer? ¿O simplemente se distrajo un segundo?

La paranoia me invadió. ¿Mi espalda ya no parece masculina? ¿Mi silueta me delata al verla desde atrás? ¿Será que mis cambios ya son tan visibles que ni siquiera esta ropa los esconde?

Demasiadas preguntas. Ninguna respuesta.

Me detuve. Respiré hondo. Sentí que ya había salido suficiente por hoy. Lo que más me abrumaba no era estar cambiando… era seguir escondiéndolo.

Tenía que contárselo a alguien.

Parte 17 – Amistades

Pasaron un par de días desde aquella tarde en aquel parque. Esa noche, frente al espejo del baño, después de terminar mis rutinas de aseo, me quedé mirando el reflejo sin pensar en algo en particular. Sólo estaba ahí, viendo cómo el cuerpo que me devolvía la mirada se alejaba cada vez más del que recordaba. Llevaba días con una idea persistente: contarle a alguien. Y con cada amanecer se hacía más claro que debía hacerlo. Era un paso importante… aunque eso significaba aceptar, al menos en parte, lo que estoy viviendo. Algo que no quería… aceptar.

Bajé la mirada. Ahí estaba, un cuerpo que se volvía cada vez más femenino, más suave. Si iba a tomar decisiones importantes, no podía hacerlo solo.

Pensé en Aracely. Una amiga cercana, alguien que conozco bien y que sé que es de fiar. Nos veíamos con frecuencia hasta que empezó todo esto, y aunque tengo tiempo que no me comunico con ella, sé que entenderá porqué. Pensé también, brevemente, en aquella compañera del trabajo que se mostró comprensiva… pero eso sería arriesgado. Me imaginé incluso pidiéndole ayuda para elegir ropa que disimulara mis curvas, o peor, que las resaltara. ¿Y si terminaba pidiéndole que me enseñara a…? No. No. Me estoy yendo por otro camino. Aracely es mejor. La conozco desde hace más tiempo. Me conoce.

Tomé el celular y redacté un mensaje.

—Hola, ocupo hablar contigo, ¿podemos vernos?—. Dudé un segundo. Lo envié.

Su respuesta no tardó.

—¿Todo bien?—

—Sí, sólo quiero contarte algo en persona. ¿Tienes tiempo hoy?—

—Claro, puedo saliendo del trabajo. ¿Dónde nos vemos?—

—¿Puedes venir a mi depa a las 6:00?—

—Sí, ahí estaré.—

Listo. Estaba hecho. Ahora sólo tenía que pasar el resto del día sin explotar de nervios.

En el trabajo, los días siguen siendo pesados. Temporada alta. Nadie se fija mucho en nadie. Eso me ha ayudado. Casi no salgo del cubículo y cuando toca alguna junta, me aseguro de entrar primero y salir al último. Mis cambios, por ahora, siguen relativamente invisibles. Mientras no me vean de perfil… o de cerca… o con luz natural.

Pero conforme se acerca la hora de salida, me empiezo a poner más nervioso. ¿Cómo le voy a decir a Aracely? ¿Cómo va a reaccionar? No hay una forma correcta. Sólo tengo qué hacerlo.

Ya en casa, pienso en cómo hacerlo. Tal vez sólo mostrarle. No decir nada y dejar que vea con sus propios ojos. Me quito la venda y la camisa de compresión. Me dejo una camiseta ajustada pero no apretada. En el espejo, los senos ya no son una ilusión: son reales, tienen sombra, forma, volumen. Me pongo un pants ajustado que marca mis caderas. Si no mostrara el rostro, cualquiera diría que es el cuerpo de una mujer. Una con facciones algo duras… pero mujer al fin.

Viendo mi reflejo, me golpea la realidad: llevo semanas escondiéndome detrás de ropa holgada, vendajes, distracciones. He invertido tanta energía en negar lo que está pasando que casi me convenzo. Pero ahí está. Innegable. Y sé que, tarde o temprano, tendré que aceptar lo que soy. Pero quiero hacerlo con control. No quiero rendirme aún.

—Ya llegué—, leo en la pantalla. Aracely.

Mi corazón se acelera. Me pongo el suéter. Aún se marcan un poco los senos, pero dudo que se fije.

Abro la puerta.

—¡Hola!—. Su sonrisa me tranquiliza. Siempre logra eso.

Nos abrazamos. Por un instante, el roce de sus senos contra los míos me resulta extrañamente… agradable. Ella no lo nota. Yo sí.

—¿Pasa algo?—

—Sí. Quiero contarte algo, pero no sé cómo—. La atmósfera cambia. Se preocupa.

—¿Todo bien?, ¿estás enfermo?—

—No. O bueno… no como imaginas—. Le hago señas para sentarnos. —Hace poco me diagnosticaron una condición genética rara. Afecta mis hormonas.

—¿Hormonas?, ¿cómo?—

—Mi cuerpo está cambiando. De forma inesperada. Y no deseada—.

—¿Cáncer?—

—No, aunque eso pensé al principio—. Tomo aire. No me atrevo aún a quitarme la ropa. —Me estoy volviendo mujer—.

Ella parpadea. No entiende.

—¿Qué? ¿Cómo que…?—

—Hay una mutación. Algo en mis cromosomas. El Y se está volviendo X, o algo así. Los doctores dicen que es rarísimo, pero está pasando. En casi todas mis células. Y ya empezó a notarse.

—¿Cómo que notarse…?—

—Tengo senos—. Me quito el suéter. La camiseta ajustada hace lo suyo. El movimiento al quitármelo deja ver cómo la tela se adapta a mi cuerpo. Su mirada se clava.

—¡No manches! ¿Son reales?—

—Sí. Y no es lo único—. Me levanto la camiseta. Le muestro las caderas. Me pongo de pie. Mi silueta habla por mí.

—¡Wow! Pensé que habías bajado de peso. Te ves más… ¿Bien?, nosé—. La noto procesando. —Y… ¿tu…?—

—Ya tengo labios. Abajo—. Lo digo bajito. Lo capta.

—¡Guau! Leí sobre algo así, pero jamás pensé… ¡y mucho menos contigo!—. Su expresión es sincera. Asombro mezclado con curiosidad.

—Con razón te notaba raro en cuanto te vi, si ya tenemos tiempo sin vernos.—

—¿De verdad lo notabas?—

—Sí. Pensé que estabas bajando de peso, o usando esas dietas locas. Hasta pensé decirte que ya era mucho—. Se ríe. —Y la ropa floja no ayuda, claro. Pero yo te conozco.

—¿Y qué vas a hacer?—. Me dice al cambiar su tono.

—Ocultarlo. Al menos un tiempo. Me puse esto para mostrarte—. Le enseño la camisa de compresión. —Pero cada vez es más difícil. Las caderas, los senos… están creciendo más de lo que pensé. Planeo esperar a que todo se detenga y luego ver si hay algo que se pueda hacer. Una cirugía, quizá. No quiero quedarme así.

—¿Una cirugía? ¿Vas a quitártelos?—

—Es la idea. Pero los doctores dicen que lo mejor es esperar. Que el cuerpo termine de cambiar.

—¿Y mientras tanto?—

—Mientras tanto, trato de esconderlo. Pero sé que no será por mucho tiempo.

—Tendrás que aceptar lo que no quieres—. Lo dijo ella. Yo sólo asentí.

—No quiero estos cambios, este cuerpo. Pero sé que me tocará vivir con él por un buen rato—

—No sé qué decirte…—

—Sólo quiero que alguien lo sepa. Alguien en quien confiar. Poder preguntarte si una camisa me marca mucho, o si en caso de que esto siga… me ayudas a sobrellevarlo.

—Claro. Para eso estamos los amigos—. Su sonrisa me tranquiliza. —Y no te ves tan mal como mujer—

Le pongo cara de espanto. Se ríe.

—¡Bromeo! Pero sí, en serio. No estás solo. Estoy contigo en esto.

—Gracias… de verdad. Necesitaba decirlo.

—¿Y si salimos a distraernos un poco? Ya basta de tensiones, ¿no?—

—Sí… vamos.

Y por primera vez en semanas, salí sin sentir que cargaba con un secreto que me ahogaba.

Parte 18 – Saliendo con mi amiga

Fui a mi cuarto para ver qué ponerme. Tal vez perdí un poco la cabeza al aceptar salir, pero también necesitaba distraerme. Me hacía bien apoyarme en alguien más. Ya se me estaba haciendo muy pesado cargar con esto a solas. Mis doctores lo saben, sí, pero no es lo mismo. A mi familia todavía no quiero decirles, aunque sé que llegará el momento. No quiero imaginar el escenario improbable de que me vean por la calle y piensen que mi papá le fue infiel a mi mamá… viendo a una mujer que se parece mucho a sus hijos. Por suerte, vivo en una ciudad donde no tengo familia cerca.

Me acomodo como puedo. Elijo un atuendo que me da algo de seguridad, disimula las curvas y sostiene todo lo necesario. Toca salir.

—Lista. Tengo ganas de un café, ¿vamos?
—Sí, me parece.

Mientras caminamos hacia el estacionamiento, me doy cuenta de lo raro que se siente no ir solo por primera vez desde que empezó todo. Al bajar las escaleras, mi amiga me observa con curiosidad.

—No hace falta mover la espalda tanto —dice—. Simplemente baja con calma. Arquearte así va a llamar más la atención.

No lo había pensado así. Yo creía que me ayudaba a reducir el rebote. ¿Qué más estaré haciendo mal?

Por fin llegamos al carro. Nos subimos y vamos hacia un café que me gusta, cerca del parque. Antes me encantaba ir ahí y luego caminar con mi bebida. Hoy quería sentir eso otra vez.

Durante el camino, evitamos el tema. Supongo que ambos lo notamos, pero ninguno lo toca. Tal vez por respeto… o tal vez por miedo.

Cuando nos entregan las bebidas, caminamos hacia el parque. Por cada paso, siento una necesidad creciente de romper el silencio.

—Tengo miedo —dije al fin.

Últimamente me he dado cuenta de que tengo miedo de muchas cosas. Antes me consideraba seguro de mí misma, alguien con planes y estructura. Pero esto… esto ha desmoronado todo. Ya ni siquiera me preocupo por exámenes de próstata. Buenas noticias, supongo.

Cada vez que intento adaptarme, algo nuevo aparece: una curva más, un cambio que no esperaba, y otra vez tengo que reconstruirme. Quizás el problema es ese: mi inseguridad alimenta las hormonas. Entre más inseguro estoy… más crecen.

—¿De qué tienes miedo? —me preguntó.

Lo pienso. Qué bueno que le conté… porque ahora puedo intentar responder esas preguntas difíciles.

—De estos —me señalo los senos—. ¿Qué es lo primero que ves en una mujer?

—Su rostro.—. ella contesta con un tono sarcástico.

—Piensa como hombre. — necesitaba que ella entendiera a dónde quiero llegar con esto.

—Bueno… me fijo en sus curvas. En su trasero.

—Yo me fijo en sus senos. — sin generalizar pero como más de la mitad de los hombres lo haría.

Miro los suyos sin querer. Ya qué más da.

—¡Hombres! —resopla.

—No por tanto tiempo —trato de bromear—. A lo que voy es… estos senos son el símbolo más claro de todo lo que no quiero ser. Antes de pensar en lo que ya no tengo entre las piernas o en cómo mis caderas se han ensanchado, pienso en ellos. Representan todo lo que me cuesta aceptar.

—Ser mujer no es sólo tener senos —me dice, con voz suave—. Es una sensación de identidad, de adaptación. Es aceptar que tu cuerpo cambia, pero sigues siendo tú. No siempre es fácil, pero tiene fuerza.

—Pudiera escribir un libro entero sobre cómo me hacen sentir… y no sería suficiente.

—Te entiendo. A veces mientras más rechazas algo, más se manifiesta. Pero… si ya te dijeron que esto va a seguir, ¿por qué no intentas aceptarlo?

—¡Porque no quiero! —alcé la voz sin querer. La miré con pena. Bajé el tono—. Lo siento… simplemente… no quiero esto. Y mientras más lo niego, más siento que pierdo el control.

—El aceptarlo significa algo que no quiero… No quiero esto—, señalo mi cuerpo.

Nos quedamos en silencio. No era cuestión de “si”. Era cuestión de “cuándo”.

Al poco rato, vi una silueta familiar a lo lejos. Me detuve. ¿Será ella?

Sí. Era mi compañera de trabajo. Estaba parada, esperando a alguien. ¿Su pareja? ¿Algún familiar?

Entonces llegó otra mujer. Se abrazaron. Se besaron.

¿Qué?

De todas las posibilidades, de todo lo que pudiera pasar… jamás imaginé que ella…

—¿Ella es tu compañera? —me preguntó mi amiga.

—Sí. Siempre me ha gustado. Siempre se viste muy bien.

—Pues… si yo tuviera esas preferencias también le daba. Tiene bonita… sonrisa —rió.

Me quedé viendo cómo se alejaban tomadas de la mano. Por un segundo, imaginé mi cuerpo ya completamente transformado, acercándome a ella. ¿Si tiene esas preferencias… podría haber una oportunidad?

—Oye, lo bueno de todo esto es que igual y así… ya le interesarías —bromeó mi amiga.

La miré con una cara de “¡no mames!”. Pero me sacó una sonrisa. Lo logró.

Me pregunto si todas esas veces que ella se mostró interesada por mi bienestar eran solo cortesía… o algo más.

No sé. Pero este momento me dejó con una nueva idea: no tengo por qué pasar esto solo. Tal vez sí hay más personas que me puedan acompañar.

O tal vez… simplemente me inquieta la idea de que algún día, yo pueda ser esa persona a la que abrace y bese.

El resto de la tarde lo dedicamos a hablar de todo y de nada. Ya tenía mucho sin poder hacerlo. Por hoy decidí permitirme disfrutarlo.

Parte 19 – Cambiando prendas

Al día siguiente, me desperté más animado tras la visita de mi amiga. Me sentía diferente. Como si hubiera reestructurado, aunque fuera un poco, mis expectativas sobre todo este proceso. Aún no sé bien qué va a pasar, pero por ahora, seguir con mi rutina me parece lo más saludable.

Tenía que ir a la oficina a revisar unos ajustes en los servidores principales. Como mis cambios ya son cada vez más notorios, desde hace un tiempo hago parte de mi trabajo desde casa. Solo voy a la oficina cuando es necesario. Además, cualquier distracción es bienvenida.

Me bañé, lavé los dientes y preparé mi ropa. Todo pensado para disimular lo mejor posible. Pantalón de mezclilla oscuro, camisa, suéter para aprovechar el clima fresco, además de mis aliados: vendajes y camisa de compresión. Estos días, mi zona pélvica ha estado especialmente sensible, así que decidí usar ropa interior más suelta. Con suerte, eso ayudaría a disminuir la incomodidad.

Pero apenas bajé por las escaleras rumbo al estacionamiento, sentí algo extraño. El roce del pantalón con los calzones me provocaba una fricción incómoda entre los labios que, cada día, se definían más. Los calzones, cada vez más ajustados por el crecimiento de mis caderas y glúteos, se metían justo donde no quería. Por cada paso que daba, la incomodidad crecía.

Volteaba discretamente a mi alrededor, esperando no encontrar a nadie, para poder acomodarme. Antes era molesto tener una erección y caminar así. Pero esto… esto era peor. Más constante. Más íntimo. Y más imposible de ignorar.

Intenté acomodarme varias veces, pero todo volvía a su lugar tras unos pasos. Por más raro que sonara, mis calzones ya no servían. Me habían fallado también. Resignado, regresé al departamento por unos boxers.

Ya en mi piso, me crucé con una vecina que no veía desde que empezaron mis cambios. Al notar su presencia, evité mirarla, por miedo a que dijera algo. Pero solo me sonrió. No dijo nada.

¿Será que ya no me reconoció?
¿O simplemente vio mi cara de incomodidad y prefirió no acercarse?
¿Ya me veo tan diferente?

Según yo, aún guardo algo de mi antiguo yo. Me cuido. Planeo cada atuendo. Pero ese silencio me dejó pensando.

No tenía tiempo para entrar en pánico. Necesitaba quitarme ese calzón de inmediato. Entré, me desvestí y sentí al fin algo de alivio.

Antes de cambiarme, me miré al espejo para revisar si había alguna irritación. Lo que vi fue más claro que nunca: mi pene ya era un simple botón, casi imperceptible, oculto entre unos labios que ya no parecían en desarrollo… eran reales.

Esa imagen me recordó a una antigua pareja con un clítoris inusualmente largo. Cuando supe que ella tenía esa anatomía, me desconcertó tanto que me quitó las ganas de seguir con la intimidad. Ahora, con lo que veo… ¿y si todo esto fuera una maldición de ella todo esto que me está pasando?

La idea suena absurda, pero ahí estaba. Seguía viéndome… y sin darme cuenta, mis dedos se acercaron, guiados más por curiosidad que por deseo. Al tocar, una oleada de sensación me recorrió el cuerpo. Placer. Placer real.

Me asusté.

Me obligué a detenerme. No… no ahora. Fui por los boxers. Solo tengo uno o dos porque nunca me gustaron mucho, pero ya me doy cuenta de que probablemente tendré que comprar algo más anatómico.

No. No por ahora.

Me vestí de nuevo y salí. El boxer ayudaba, aunque no del todo. El roce seguía ahí, menos intenso pero persistente. Ya de camino al trabajo, manejando esos 20 minutos, el pensamiento empezó a repetirse: tengo que comprarme unos calzones.

Mientras revisaba los servidores y caminaba de un lado a otro, la molestia se intensificaba. El boxer, por la posición de las costuras, seguía rozando los labios. No había manera de acomodarme. Intentaba estirar el pantalón, ajustar la tela… nada funcionaba. Solo había una solución.

Después de varias horas debatiéndome internamente, decidí que en mi hora de comida iría a comprar algo más adecuado.

Bajé en el elevador pensando en lo inevitable.
Tal vez era momento de considerar seriamente… usar calzones femeninos.



O tal vez no.

Parte 20 – La compra

Tratando de pensar con lógica, lo mejor sería buscar algo que no sea ni tan suelto como un bóxer ni tan grueso y ajustado como un calzón tradicional que termina incomodándome. Pero lo único que se me ocurre son los calzones tipo bikini o tanga. Se me cierra un poco la cabeza, así que recurro a la persona que me puede ayudar a pensar mejor: Aracely.

Le marco.

—Hola, amiga. Ocupo de tu ayuda. Estoy afuera de la tienda, necesito comprarme calzones pero no quiero nada sensual ni femenino. ¿Qué me recomiendas para mí?

—¡Hola! ¿Nunca has comprado calzones de mujer?

—Obvio sí, pero eran para mis novias. Yo no quiero algo sexy, sólo quiero estar cómodo.

—Mmm… entonces busca tipo brief, son los más parecidos a los de hombre y cómodos. Solo asegúrate de que sean de algodón.

Busco imágenes en internet para ver cómo son. Al notar que el corte es discreto y algo similar, me convenzo.

—¿Y la talla? Yo uso M… pero aquí veo números.

—A ver… Compra talla 8. O quizá 10. Según te vi la última vez, yo apuesto por la 10.

—Gracias, amiga. Luego te cuento cómo me fue.

—O cómprate unos bonitos, tipo hipster. Tienes buena figura…

—¡No estás ayudando!

—Estoy jugando.

—Lo sé… y gracias.

Con esa información, salgo del carro y me dirijo nerviosamente a la tienda. Cada paso incrementa mi ansiedad al acercarme a la sección de ropa de mujer. No hay de otra: necesito estar cómodo. Me invade una sensación extraña, como si por más que disimule con ropa floja y posturas cuidadas, mi cuerpo ya no es el mismo. ¿Un hombre estaría entrando a la sección de ropa íntima femenina porque su anatomía ya no se acomoda a los calzones de antes?

Al llegar a los pasillos, todo se siente distinto. Ropa es ropa, sí, pero la forma en que está pensada, su corte, sus materiales… todo parece diseñado para abrazar y resaltar un cuerpo femenino. Me detengo frente a los sostenes, y no puedo evitar pensar: ¿cuándo me tocará usarlos también? Estas vendas ya no están funcionando igual. ¿Qué haré si mis senos siguen creciendo?

Saco esos pensamientos de mi cabeza y me enfoco en lo que vine a buscar.

Llego a los calzones. Hay una gran variedad de colores, estilos y tamaños. Aunque por un segundo me da curiosidad imaginar cómo me vería con cada tipo, respiro profundo y busco el corte y talla recomendada. Me siento expuesto, como si todos me vieran… aunque sé que no hay nadie prestándome atención. Aun así, agarro el paquete y me dirijo directo a la caja.

Benditos registros automáticos. No tengo que ver a ningún cajero. Compro los calzones y salgo casi corriendo.

Ya en el carro, respiro profundamente. Me siento a salvo. Mando una foto del paquete a Aracely.

—¡Pude!

—¡Qué bueno! Espero que te sientas más cómodo. Esa marca se siente bien.

—Gracias. Me da paz tenerte de apoyo.

—Siempre que quieras. Aquí estaré.

Manejo de regreso a la oficina. Antes de bajar, abro el paquete y meto uno de los calzones al bolsillo. Apenas llego, me meto al baño. Me quito el pantalón, los bóxers y, al fin, descanso de la incomodidad.

Sostengo el calzón nuevo en las manos. Lo observo unos segundos.

¿Qué significa esto?, ¿que empiezo a ceder?, ¿que busco confort por encima del rechazo?, ¿que ya no puedo sostener más mi negación?

No importa. Me lo pongo.

La sensación es… sorprendentemente buena. Me sostiene sin apretar. No hay roces incómodos. Mis caderas y nalgas encajan como si siempre hubiera sido así. Ya con el pantalón encima, me miro en el espejo del baño. Me siento más libre. Más en paz.

¿Y por qué no compré esto antes?

Ah, claro. Ya recuerdo por qué.

Me acomodo la ropa, salgo del baño, y regreso a mis pendientes. Hoy, al menos, será un poco más llevadero.

Leer Parte 3

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *